jueves, 20 de noviembre de 2008

Sobre los conceptos de "castración" y "forclusión"


por Francisca Mendoza

Tras la lectura del texto de Nasio sobre la castración y la forclusión, me gustaría plasmar aquí algunos cuestionamientos.

Uno de ellos tiene que ver con la femineidad. Freud dice: “El complejo de castración actúa siempre en el sentido dictado por su propio contenido: inhibe y restringe la masculinidad, estimula la femineidad”. Hace un tiempo asistí a una charla de Mónica Torres donde se proponía que la mujer tiene una mejor relación con el inconsciente que el hombre, pudiendo más fácilmente “ser otra para sí misma”, al vivir permanentemente hablando, intentando mostrarle el inconsciente al hombre o incluso al sentirse como “objeto de Otro” durante el embarazo. La expositora proponía que la castración sería más simple en la mujer, quien aprendería a ser mascarada y semblante de objeto de deseo del hombre, disfrazándose y maquillándose para cubrir la castración. Me pregunto entonces si estas consideraciones podrían relacionarse (y cómo) con los planteamientos freudianos: “La niña sabe que siempre estuvo castrada. La mujer no necesita este fantasma de castración, puesto que ya ha venido al mundo castrada, en tanto mujer”.

Pasando al concepto de forclusión, me parece que Nasio contrapone a lo largo del capítulo dos visiones distintas de este concepto, las que se podrían asociar a las miradas funcional y estructural respectivamente. En primer lugar, el autor menciona cómo la forclusión puede estar a la base de manifestaciones clínicas transitorias (como la alucinación, el delirio agudo, el pasaje al acto o las enfermedades psicosomáticas) o duraderas. Posteriormente, contrapone la mirada freudiana y lacaniana de la forclusión. Desde Freud, esta se entendería como un defecto de inscripción en el inconsciente de la experiencia normativa de la castración: el psicótico se comporta como si la representación intolerable (el recuerdo de la castración) no hubiera nunca llegado a él, no la sustituye por otra más agradable para el yo, como el neurótico. Lacan, por su parte, hace recaer la forclusión no solamente sobre la inscripción de la castración en el inconsciente, sino que también sobre la creencia en un pene universal. Esta diferencia me parece fundamental, en tanto implica la reversibilidad o irreversibilidad de la forclusión. Es decir, si en la temprana infancia, frente al complejo de castración, se “optó” por la vía de la forclusión, ¿esta se instala “de una vez y para siempre”? Si la castración no tuvo lugar para un sujeto, el psicótico no podría simplemente hacer como si no la hubiera experimentado. Esto es central en tanto tampoco podría “darse cuenta” de la falta, ni entrar, mediante el análisis, en la posición depresiva, como proponían los textos de Bion. Es así como esta distinción tiene implicancias clínicas fundamentales.

Nasio nos muestra como el mismo Freud, a lo largo de su obra, cambió de opinión respecto a la conceptualización de la psicosis, pasando de ocupar el término de proyección para definir el rechazo de la realidad que esta supone, a preguntarse lo siguiente: “La abolición de la representación peligrosa es tan radical que uno se puede preguntar si la experiencia de la castración estuvo inscrita alguna vez en el inconsciente e incluso si fue vivida alguna vez. (…) La abolición es una acción tan neta y tan definida que tenemos derecho a pensar que el sujeto psicótico no conoce el dolor de la castración, no fue alcanzado jamás por esta experiencia crucial y decisiva”. De este modo, se podría pensar que la primera conceptualización freudiana de la psicosis, en términos de mecanismos proyectivos y de la expulsión de la representación inconsciente de la castración fuera del yo, podría corresponder a un funcionamiento psicótico en una estructura neurótica, como por ejemplo las locuras histéricas descritas por Maleval. Por otra parte, la abolición forclusiva de la que habla en un segundo momento, en la línea de la inexistencia pura y simple de la experiencia de castración, ¿podría corresponderse más con una noción diagnóstica estructural, desde la cual nunca hay continuidad entre la neurosis y la psicosis?

Sobre textos de Calligaris y Maleval


por Benjamín Silva

Hoy en día se confunden miles de histerias con cuadros psicóticos por el puro hecho de basar su diagnóstico en consideraciones sintomáticas o funcionales, lo que se traduce a su vez en que esas miles de histerias reciben abordajes terapéuticos propios de la psicosis, a saber, tratamiento con neurolépticos, hospitalización e incluso electroshock. Todo menos análisis porque aun ronda el mito de que los psicóticos son resistentes a esa práctica y que para peor, la presencia del delirio es índice diagnóstico. O sea, se está privando a miles de histéricos de usar un método a su medida por una consideración estrecha del diagnóstico aparejada de una consideración estrecha del psicoanálisis. Por lo anterior me gustaría recalcar la importancia de hacer consideraciones estructurales a la hora de diagnosticar puesto que pueden aportar elementos valiosísimos en el posterior tratamiento y evitar así que pasen gatos por liebres.

Maleval no es muy explícito respecto a ciertos indicadores clínicos que pueden guiar el diagnóstico diferencial de estructuras salvo al mencionar que el delirio histérico, a diferencia del psicótico, es susceptible de remitirse a otros significados o a significaciones latentes, es decir, puede generar asociaciones en la cadena significante. Se intuye permanentemente en el texto pero no se dice, que el delirio psicótico posee el carácter de certeza, lo que supone una cierta “fijeza” en su articulación significante. Recordemos que el delirio en Freud es un intento de reconstrucción ante la retracción libidinal de los objetos del mundo externo, lo que en Lacan se reinterpreta como la tentativa de llenar el vacío de significación que acarrean los fenómenos elementales propios del desencadenamiento; en otras palabras, el delirio aparece como un S2 ante el S1 del fenómeno elemental, y por ende se trata de un medio en cierto modo defensivo para habérselas con la perplejidad y la angustia del desencadenamiento. El punto es que dicho S2 se instala como intento de cura y adquiere una fijeza que lo hace inamovible, ininteligible e inoperable para efectos de interpretación. En el delirio histérico en cambio es posible desocultar un sentido latente y por ello la cura operará mediante interpretaciones que desmantelen el síntoma.

En síntesis, podemos extraer un buen criterio estructural aplicable en la clínica del delirio: si al interrogar al paciente sobre cualquier aspecto de su delirio, puede hacer un recorrido en la cadena significante, es decir, puede hablar sobre su delirio en términos no recursivos, estaremos en presencia de una locura histérica y podremos dirigir la cura mediante procedimientos relativamente clásicos (asociación libre, interpretación del delirio); si no hay remisión a un S2 y el delirio se nos presenta como incuestionable, es porque cumple una función de suplencia respecto de la falta original del psicótico –la forclusión del Nombre del Padre- y por lo mismo el análisis no puede orientarse del mismo modo, puesto que la interpretación puede resquebrajar la construcción delirante y ocasionar un nuevo desencadenamiento; más bien debe apuntar a una construcción acotada del texto delirante para reforzar el trabajo ortopédico del psicótico. Esperemos que así al menos se salven un par de histéricos antes de ser encerrados.



por María Virginia Montalva

Se podría decir que Calligari plantea una crítica al enunciado de que en la psicosis se da la forclusión del nombre del padre. Ya que ésta es una afirmación negativa respecto a lo propio de lo neurótico, y es un concepto preliminar que difícilmente podría consistir en lo “propio” de la psicosis. Que parece ser la única forma de llegar a un universal del la psicosis. Pero lo que permite llegar a un universal es la alusión a la neurosis, a la falta de la referencia paterna, pero no a algo que sea “universal” de la psicosis.

El problema es que Calligari también plantea fórmulas respecto a la psicosis que parecen ser planteadas de manera universal, por ejemplo que el psicótico se posiciona en el ¿porqué no?, que en el psicótico la dimensión del drama esta ausente y que el psicótico tiene que errar porque no existe un lugar a partir del cual se pueda medir la significación, ya que el saber del psicótico no se refiere a “al menos uno que sabe”, como en el neurótico, sino que red y nebulosa se deslizan una encima de otra, ya que no están amarradas por un punto de capitón como en el neurótico.

Pero ¿qué ocurre si adjudicamos la crítica de Calligari a su misma teoría? ¿No son todos sus planteamientos, “universales” que se generan a partir del conocimiento del funcionamiento neurótico? Y por último, estando inmersos en una sociedad neurótica, ¿Es posible hacer planteamientos e hipótesis que no estén teñidos de la manera neurótica de conceptualizar el mundo? ¿Es posible dar cuenta de lo propio de lo psicótico siendo los teóricos neuróticos, y la estructura de hacer teorías universales una característica neurótica?

jueves, 23 de octubre de 2008

Sobre Winnicott y Bion frente a la psicosis


por Francisco Valenzuela & Francisco Somarriva

La psicología, a pesar de armarse como un cuerpo de conocimiento incompleto, da cabida a ciertas redundancias entre sus diversos enfoques, ya sea en el eje técnico-aplicado o en el teórico. Creemos que esa sensación de eco, cuando se ha cambiado de una perspectiva clínica a otra, se aprecia con claridad en el caso de la esquizofrenia, donde se concentran discursos clínicos sobre la comunicación y la biología, además de aquél sobre el inconciente. Siguiendo esta línea, nos parece que el aporte de Bion consiste justamente en redefinir lo funcional de lo psíquico de un modo que permita admitir los aportes de las otras vertientes de esa redundancia, abordando el lugar de lo sensoperceptual en la experiencia de la realidad y profundizando sobre las consecuencias del vínculo y el rol crucial de la madre. Justamente en “Volviendo a pensar” Bion, queriéndolo o no, formuló postulados que resolvían mucho de lo dejado deliberadamente de lado por Klein y a desarrollar en consonancia con Winnicott ideas sobre la dinámica entre la madre y el hijo, como determinante sobre el funcionamiento del individuo en el mundo, de naturaleza direccional con matices existenciales.

Esto porque, según el autor, nada sucede por mero azar en lo que son los actos de la persona. Los elementos β, si bien son de naturaleza primitiva y mayormente indiferenciada, están deliberadamente teorizados para ser proyectados hacia una madre que, a través de la función-α, devuelva un elemento α al niño. Así, la formación del pensamiento en el niño es direccional hacia el ambiente, siempre con una intención. Esto supone que el niño no puede crecer “sanamente” sin la (re)significación de sus afectos, (pre)concepciones y vivencias. El dilema surge cuando es patente la ausencia de experiencia de una madre que elabore lo proyectado para ser introyectado posteriomente. La constante falta de la madre llevará al niño a insistir en la identificación proyectiva al punto de fortalecerla, fragmentando lentamente al yo y no solo expulsando elementos β, sino que también los elementos α, pensamientos oníricos, etc., hasta finalmente depositar fuera de sí una infinitud de objetos fragmentados de su constitución yoica.
De esta forma convivirán en un mismo espacio dos personalidades: psicótica que se valdrá de la identificación proyectiva para funcionar, expulsando objetos parciales del yo, fragmentándolo; y no psicótica, que usa la introyección y proyección equilibradas desde una posición depresiva (pp.72). La innovación aparece en este punto, al considerar a mecanismos de defensa de la parte psicótica de la personalidad (desdoblamiento, evacuación a través de los sentidos y alucinaciones) como al servicio del deseo de cura (pp.96) más que a continuar al deterioro de la personalidad.

La conjugación de lo experiencial y lo funcional en la esquizofrenia lleva al psicoanálisis a una dimensión nueva: lo propiamente psicótico ya no es un síntoma, sino que es un intento de estabilidad en el mundo; la restitución de lo desquebrajado en el yo. Son herramientas de último recurso para reparar, un yo débil, pero aún no totalmente deteriorado. La alucinación se convierte en la evidencia de un funcionamiento deteriorado por una falta existencial, y no así por la atribución de odio u envidia en Klein. Estos afectos son consecuencia de la falta, y no así su causa. La clínica de Bion será entonces ser continente del analizando, soportando la implacable identificación proyectiva y otorgando la experiencia necesaria para el sujeto para resignificar sus elementos constitutivos, desde lo más primitivo hasta los más complejos (función-α adecuada y reverie), para que a través de esta re-experimentación el funcionamiento del individuo sea sano.

Creemos que este planteamiento lleva a pensar que tal vez no sea prudente reducir la psicosis a un paradigma central, sino más bien a que puede existir al menos una psicosis sobre la cual se puede contar una historia de varias maneras distintas, desde perspectivas teóricas distintas. Se trata de al menos un oficio. De hecho, nos parece que podemos pensar, invitando a Calligaris, ya en dos psicosis, una de crisis y otra de discurso, una histórica – funcional –adaptativa, la de Bion,otra a – histórica (transferencial) – estructural – subversiva.

Pensando en el profesor Coloma, tratando de apropiarnos (sólo temporalmente) de su propuesta, creemos que hay un horizonte legítimo en pensar una complementariedad entre lo estructural y lo funcional: hay dos redundancias teóricas claras, dos oficios, dos escuchas. Pero sin duda, el objetivo de un diagnóstico estructural es problemático, porque las confronta sin remedio y debemos decidir entre integrar y resolver o paradigmatizar, ortodojizar. Aunque este problema quizás caerá para cada uno en el sendero de la ética, rescatamos el valor de admirar cada una en su propio y legítimo lugar.


por Teresa Lyon

En el escrito de Winnicott se plantea una determinación teórica para comprender el carácter patológico de la alucinación, la cual sigue un recorrido que se distingue por tres acontecimientos: El primero consiste en la percepción (visual) de un objeto externo, del que se generaría una representación mental y ante el cual el individuo suscita una serie de emociones de carácter traumático que estarían asociadas a determinadas investiduras libidinales que se harían insoportables para el inmaduro soporte psíquico de dicho individuo. Esta primera conceptualización podría ser una hipótesis descriptiva de lo que se supone como alucinación, la cual se genera desde el soporte fantasioso e ilusorio que se crea en el aparato mental.

A partir de este hecho surge el segundo proceso de desmentida, que en el caso de la psicosis corresponde a la escotomización o forclusión de lo alucinado; estos conceptos aluden a la escisión que opera en la mente del individuo para excluir la representación anteriormente afirmada de la realidad. El resultado de este proceso determina a su vez el carácter vaciado que se experimenta en la mente y ante el cual surge la necesidad de generar otra representación que le permita al individuo una suerte de arreglo para con su relación de ser vivo existente en un ambiente que se rodea de otros. El ejemplo que pone el autor del cuadro negro alude a este proceso que opera al modo de una renegación de lo escindido, generando otra alucinación de carácter compulsivo, y necesaria para mediar la existencia del psicótico con el mundo. De aquí que dichos procesos sean definidos como alucinación-desalucinación por Winnicott.

Ahora bien, en el texto se expone el carácter no psicótico de este fenómeno en un paciente que debe experimentar una regresión. Esto daría cuenta del determinado proceso terapéutico que el autor plantea propicio para el bienestar del paciente; el cual necesita de la capacidad del terapeuta para poder tolerar la dependencia que surge del trabajo con éstos. Así se hace indispensable la creación de un ambiente propicio para que el paciente logre llegar a un estado psicótico alucinatorio que le permita experimentar nuevamente el trauma, pero incluyendo esta vez el sostén de la persona del terapeuta. Así, en el sueño expuesto en el caso, la paciente incluye a Winnicott como una especie de yo auxiliar y que a mi modo de ver permite observar el carácter correctivo del trabajo terapéutico que plantea el autor. Sin embargo esta “experiencia emocional correctiva” no es de ningún modo impositiva, si no más bien solícita de lo que es más propio del paciente, o como Winnicott conceptualiza en torno a la aparición del gesto espontáneo, que da paso al verdadero self.

De acuerdo a esto último, ¿El proceso alucinatorio que se gesta en la regresión sería una expresión del verdadero self del individuo? ¿Es el estado psicótico una manifestación de aquello más propio y espontáneo del ser-humano, dada su conexión con lo real?

Desde esta perspectiva se podría pensar que la neurosis sería una forma “no verdadera” de llevar una existencia en el mundo, quien siempre tendría que remitirse a otro para definirse y sostenerse como individuo; a diferencia del psicótico quien estaría desestructurado en su independencia de toda opinión del otro: y por tanto completamente libre y espontáneo. Sin embargo, el precio de la estructuración psicótica sería aún mayor, ya que debe experimentar constantemente la angustia que le provoca la fragmentación y la muerte; aspectos de los cuales el neurótico evidentemente se esconde bajo el adaptativo pero falso self.

1938, Paul Klee "Madre e Hijo" Acuarela.

martes, 21 de octubre de 2008

Sobre "Caso Schreber", Neurosis y Psicosis


por Valentina Rébora & Natalia Torres

“La persona que a quien el delirio atribuye un poder y un influjo tan grandes, y hacia cuyas manos convergen todos los hilos del complot, es, cuando se la menciona de manera determinada, la misma que antes de contraerse la enfermedad poseía una significatividad de similar cuantía para la vida de sentimientos del paciente, o una persona sustitutiva de ella, fácilmente reconocible.”
(Freud, 1911[1910], p.39)


El intento que hace Freud por aproximarse al fenómeno de la psicosis no tiene como objetivo la cura o la búsqueda de un tratamiento, sino que parece ser meramente un juego en el que pretende poner a prueba su teoría, con el fin de dar cuenta de aquel funcionamiento que se escapa a la conceptualización que hasta ahora había construido desde el ojo neurótico, el que al estar configurado en torno a la represión, tiene como principal herramienta de análisis a la interpretación.

“La indagación psicoanalítica de la paranoia nos ofrece dificultades de particular naturaleza a los médicos que no trabajamos en sanatorios públicos. Nuestro tratamiento supone como condición la perspectiva del éxito terapéutico, lo que nos veda admitir a tales enfermos o retenerlos durante mucho tiempo” (Freud, 1911 [1910], p. 11)

La forma en que Freud presenta el caso Schreber, evidencia una aproximación a la conducta mediante la interpretación, hecho que a nuestro juicio abre la pregunta por el fin de ésta, ya que claramente se escapa a lo encontrado en el análisis de las otras estructuras. Así, si pensamos en la psicosis como aquel fenómeno en la que el sujeto intenta reconstruir una nueva realidad, ¿Cómo podríamos interpretar aquel material en donde el lenguaje presenta una lógica totalmente distinta?

De esta manera, podríamos pensar en que el fin que se propone este autor al dar cuenta de un caso de paranoia no es más que ampliar el lente, ya que en términos clínicos su abordaje, tal como el mismo comenta, es imposible. (...)

Frente a esta situación, la posición propuesta por Lacan en cuanto al abordaje de la psicosis, en tanto utiliza la función del lenguaje como eje orientador en el análisis de este fenómeno, resulta de alguna forma más consistente con la distinción particular de esta estructura.

Para este autor, los fenómenos clínicos de la psicosis se caracterizan por la inercia dialéctica, y dan cuenta de un déficit en el polo metafórico del lenguaje. El significante del síntoma ha perdido sus lazos con el resto de la cadena significante: El significado es el significante. Y aún más, el desencadenamiento de la psicosis se produciría cuando el sujeto recibe, desde el campo del Otro, un llamado a responder desde un significante que no posee: No hay significante al que se anude a la cadena.

En el caso Schreber, Lacan propone que el paciente “carece, según todas su apariencias, de ese significante que se llama ser padre”, y desde ahí, amplía esta carencia al corazón de la psicosis misma, es decir, a la forclusión de este significante como la génesis de la estructura como tal. Sin embargo, ¿No es esta comprensión hecha desde la misma posición desde la que se situó Freud en su momento? ¿No es la forclusión una forma de comprender la imposibilidad de interpretación del psicótico en tanto se separa de toda comprensión neurótica de un fenómeno? (Zafiropoulos, 2006)

Al parecer, cualquier intento de aproximación a la psicosis se hará desde la posición neurótica en que se enmarca la teoría psicoanalítica, y por lo mismo, toda definición y toda comprensión del fenómeno ya sea en su estructura o en su funcionamiento, se hará desde la negación de los procesos existentes en la neurosis. Es por ello entonces que la pregunta por el tratamiento vuelve a surgir, al igual como lo hizo en su momento respecto de la perversión, tanto en su eficacia como en su posibilidad de existencia.

Apoyados en todo lo anterior, podríamos concluir que al menos desde estas perspectivas, el acercamiento a la psicosis se vuelve solo un intento de epistemología más que una aproximación clínica al fenómeno, que al menos nosotras creemos que debiera ser el eje orientador de cualquier teoría psicológica.

por Mauricio Rojas

Mi reflexión a partir del texto de Freud gira básicamente sobre dos puntos.

1.- Freud es categórico al decir que en la constitución del aparto psíquico el Yo es un “vasallo” que sufre y lidia contra poderosas fuerzas externas. Por un lado la Realidad y por el otro lo innombrable, el “Ello”.
Tanto en la neurosis como en la psicosis expresan la rebelión del Ello contra el mundo exterior; expresan su displacer o, si se quiere, su incapacidad para adaptarse al apremio de la realidad.

Si aceptamos esta realidad, se trata de sacar la consecuencias practicas y lógicas de la afirmación. El Yo no es el dueño de casa, no le cabe responsabilidad.

Lo que diferencia la neurosis de la psicosis es como se las arregla el Yo contra las exigencias de estas presiones. Si se adapta a la realidad y reprime una porción del Ello, se produce la neurosis, por el contrario, si rechaza la realidad sometiéndose a las exigencias del Ello se produce la psicosis. No hay forma de ganar.

Por lo tanto, no cabe el juicio ético sobre las conductas producidas por la psicosis o neurosis. En donde la voluntad no tiene participación, tampoco tiene responsabilidad.

Pero me parece que muchas veces en la practica se enjuicia tales comportamientos, se comentan los delirios, se critican los actos histéricos, en fin, se responsabiliza al “esclavo” por no ser libre. Nunca le han dado un pase y lo critican por no meter goles.

En definitiva, se trata de asumir la realidad a la que Freud llamó: Inconciente. Si no hay libertad, tampoco hay responsabilidad.


2.- En el texto Freud señala que una vez que el vasallo ha lidiado de una u otra manera con estos opresores, viene la restitución de lo perdido. “En la neurosis se evita, al modo de una huida, un fragmento de la realidad, mientras que en la psicosis se lo reconstruye”
Pero en ambos casos no puede crearse un sustituto cabal para la pulsión reprimida (neurosis) y tampoco crear otra realidad perfectamente reemplazable a la negada (psicosis). Teniendo esto definido, Freud dice que el material para hacer esta sustitución se toma de la fantasía, es la “cámara del tesoro” de donde se recoge el material.

Entonces, en ambos casos se produce una perdida de la realidad y a la vez una sustitución de ésta.

Si no existe una realidad objetiva, o como bien sabemos, la manera de acercarse a la realidad siempre es subjetiva, podemos discutir cual forma es mejor de subjetivar, pero ninguno, en ningún caso, tendría acceso a la realidad en sí.

Si esto es así, entonces lo mejor que podríamos aspirar es a quien se vende el mejor cuento sobre la realidad. O el significado que le atribuimos.
Pensando en la practica, quizás el trabajo del psicólogo consistiría en darle un mejor significado practico a la queja del paciente. Y me parece que incluso a menudo lo hacemos. Frases como: “estará de Dios”, “mala o buena suerte”, “Fueron los duendes u ovnis”, o en verdad da lo mismo cual sea la aspirina. En caso de la psicosis el delirio o alucinación, mientras sea adaptativo, todo vale.

Señora, señor, ¿Cómo quiere creerlo? Si así le parece, y no “sufre” muy bien, yo lo apaño, déme mis luquitas y váyase tranquilo para la casa.

jueves, 2 de octubre de 2008

Sobre "Escena primaria y argumento perverso"


por Mauricio Sánchez

“El elemento compulsivo en la sexualidad aberrante infunde su marca a la relación de objeto y el objeto sexual pasa a desempeñar un papel circunscrito y severamente controlado, incluso anónimo.” (McDougall, p. 57)

¿Por qué es importante la sexualidad? (entendida de aquí en adelante a la manera del texto, como acto sexual) ¿Por qué alguien se centraría en ella para poder dar cuenta de una estructura psíquica? Al parecer la importancia que se le atribuye acá es su entramación íntima con la relación de objeto. ¿Podemos decir que la sexualidad infunde su marca en la relación de objeto? Quisiera sostener un punto que considero obvio; no creo conveniente concebir sexualidad y relación de objeto como fenómenos que presenten una causalidad unidireccional. La sexualidad deja entrever aspectos de la relación de objeto, tal como la relación de objeto deja entrever aspectos de la sexualidad. En la sexualidad, nos enfrentamos con aquello que desconocemos, aquella imposibilidad de control, que se hace patente en nuestro cuerpo y desborda la voluntad. En la desviación sexual (dejando, a mi juicio, fuera la homosexualidad por este mismo motivo) las exigencias que se imponen al acto, dan cuenta de un control absoluto respecto a la manera en que se pierde el control. Control del descontrol que sólo puede llevarse a cabo aferrándose a objetos que no se presenten como enigmáticos o impredecibles (medias, tacos, ropa interior…etc.) o en su defecto, siendo capaz de reducir al otro al estatuto de un objeto conocido, predecible y controlable (recordando el texto anterior, podría decirse además, reemplazable). Existiría, entonces, en el acto sexual desviado una doble “negación” del otro; la que se da con el otro en el acto mismo y la que se da al nivel de la negación de la fecundidad, es decir, concebir a otro con otro. Si asumimos que el acto sexual deja entrever aspectos de la relación de objeto y si además nos sentimos bastante osados, podemos utilizar esta “negación” del otro para explicar la inexistencia de un fantasma perverso. Si nos vamos al significado coloquial de “fantasma” podríamos concebirlo como una presencia que aparece donde no debería haber una. Cabría preguntarnos, ¿cómo sería posible esta presencia considerando la “negación” del otro que se intentó esbozar anteriormente?

domingo, 28 de septiembre de 2008

Sobre "Etica y estética de la perversión"

por Kerina Echeverría

La genitalidad… ¿qué es la genitalidad? Me gustaría mirarla desde su sentido poiético, en primer lugar por la metáfora, ya comentada por Coloma en clases, que instala la función paterna haciendo al niño vivir en una presencia doble (en dos lugares: uno en el que el niño registra y otro en el que el padre dice que se registra). Y esta duplicidad exige ser estructurada de manera novedosa (ni en el nombre del padre ni en el nombre del hijo). Después de todo quien atraviesa el Edipo, frustrado por la castración, sumiéndose en la incompletitud en la que ha quedado develado, comienza un camino alternativo a la de la dimensión diádica. Será capaz de mirar desde fuera a otros dos y quedarse consigo mismo. El deseo de poseer a la madre seguirá vigente, pero esta vez de otra manera, distinta de aquella con la que la posee el padre. Lo creativo de la genitalidad pareciera, de esta forma, estar en la solución para una existencia frustrada (y castrada). Vivir la frustración y seguir existiendo tras ella, uniendo al principio de realidad y sus límites, la libertad de poder elegir, dada la falta fálica, un objeto para llenarla. Hay, entonces, en la creatividad del perverso (en tanto crea una nueva realidad), al contrario de la creatividad genital, un encadenamiento…digo, una sumisión. Se encadena a su propia omnipotencia la que no puede desidealizar, ya que al hacerlo se vuelve persecutoria.

En el perverso sólo hay un gran lugar (un monomio o autonomio o no sé, a diferencia de la metáfora). Al haber un lugar consecuentemente se invalida la posibilidad de saltar a otro lugar, de esta manera se autoencarcela en sus significantes unívocos (y hablo de cárcel a pesar de la libertad de la que se jacta al pensarse un ser todopoderoso) y este camino que lo limita es consecuencia del evitamiento de la frustración. Dicha frustración está ciertamente existiendo en el perverso, ya que la castración fue vista por él, pero su angustia trasladada a la dimensión anal, angustia que sigue existiendo de manera velada y silenciosa. La estructura, entonces, en el perverso existiría de igual forma, tensionando desde un lugar no conciente para invitarlo a transgredir su misma organización (recordemos que la genitalidad ha sido suspendido, negada, pero no forcluída). Se recorre así un mismo camino siempre, se busca un solo objeto (anal-parcial) imperiosamente necesario para reprimir parcialmente que se está separado de la madre. El perverso nunca se ha experimentado delimitado, nunca se ha experimentado con voluntad frente a sí mismo, no puede sino disolverse en una amalgama con lo que lo rodea (haciendo uso de su control sobre ella), pero es ilusorio pensar que puede ejercerlo sobre sí mismo.


por Daniela Larraín


Se podría decir que la perversión se define por elementos que en alguna medida podrían relacionarse con la neurosis, como los componentes autoeróticos (en el inicio de ésta) o alguna regresión, sin embargo, el carácter sádico anal de esta última determina formas que nos pueden develar una estructura perversa totalmente distinta a lo que entendemos por la estructura neurótica. Me refiero a la evasión de la ley, el nombre del padre, y por ende la primacía del goce por sobre la realidad, ambas evidenciadas en un impulso de indiferenciación, donde el sujeto es dueño de todo quehacer y normatividad. Si nos preguntamos la causa, podríamos explicarnos ésta a partir de la frustración que significa para el individuo la instauración del principio de realidad, el aplazamiento de su satisfacción y el reconocimiento de un deseo materno que se dirige a otro no representado por él. Pese a esto, creo que es importante rescatar lo que Chasseguet-Smirgel menciona: la implicancia básica de la separación con la madre. Aunque podemos decir que toda ley se funda en la separación materna, el traumatismo del cual hablo es mucho anterior, desde el nacimiento, hasta el distanciamiento del pecho. Ésta sensación de pérdida maximizada en la genitalidad, donde la diferencia de sexos y la interdicción paterna instauran la verdadera realidad neurótica y obstaculizan en gran medida la posesión de la madre, sólo se puede evitar con la regresión al periodo pre-genital. A partir de Winnicott podríamos entender esto como la ausencia de una madre ambiente que logre darle a las pérdidas fundamentales del niño un significado, a través de una frustración que éste pueda controlar. Se podría decir que es esto lo que realmente determina la estructura perversa y lo que la lleva a evitar el desarrollo neurótico.

Hace poco oí un caso de una estructura perversa y mientras lo escuchaba se fueron dando interrogantes que aún no puedo solucionar: Si la definición estructural de la perversión ya está determinada, ¿qué lograría un psicoanálisis de él? Entiendo que muchos perversos no irían a terapia, pero ¿qué sucede si estamos ante un caso de perversión, podremos generar algún cambio que logre reedificar el principio de realidad por sobre el de placer? O simplemente está condenado a un goce de graves consecuencias sociales ¿Es posible que pese a su estructura el perverso pueda entrar en una dimensión más terapéutica?. Si sabemos que a causa de la oposición a la ley no se respeta la moral que ésta instituye, aunque reconoce su existencia, ¿se podría desarrollar en el paciente un yo que respete las normas sociales?. Me cuesta comprender la dinámica perversa por esto mismo, supongo que nadie querría perder el goce si lo tiene asegurado, sin embargo ¿qué hacer cuando este goce convive en una sociedad que interpela por controlarlo?, es aquí cuando me hace más sentido la utilidad de la ley que nos posibilita insertarnos en una sociedad cuya cultura no está hecha para quienes la transgreden.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Sobre "Estructuras clínicas y psicoanálisis"

por Patricio Meneses

En torno a la estructura histérica y obsesiva, y sobre todo a propósito de su origen, me gustaría entrar a pensar la Ley en Lacan, es decir, aquello que hace sujeto.
Quiero proponer a la neurosis como una estructura de derecho, esto es, de derecho frente a una Ley. ¿Es esto posible?

Si seguimos esta línea, la Ley sería aquello que, con agresividad, inscribe al sujeto en el campo de la cultura, el lenguaje y la significación. En tanto derecho, además, posibilitaría el lazo social, en la medida que inaugura el campo del otro como un “accesible”, es decir, más allá de la rivalidad imaginaria. El neurótico elige su derecho a acceder a la metáfora, y con ello a la vida cultural.

¿Puede pensarse la Ley en estos términos? Ella pondría las reglas del juego, para que los neuróticos tengan el derecho a jugar, es decir, “acceder” al mundo. La forclusión, aquí, es la anarquía del real, su condición sin frenos, el exilio de la metáfora. La represión, aquí, es la represión primaria, esa que funda y que se reedita en el fantasma.

Quiero proponer, además, a la Ley como inauguración repetitiva de un campo que permite la aparición de lo nuevo, en la diferencia irreducible que la estructura funda.

La Ley puede aquí abrir un espacio (no quiero esconder mi lectura desde Winnicott), el espacio de la diferencia, un camino recorrible desde la madre a la cultura, desde el goce al deseo, desde la plenitud y redondez mítica de S1, a la posibilidad, derecho y juego de S1 > S2. ¿Es esto pensable? ¿Lo es en éstos términos? Si no ¿en cuáles?

Sobre la imagen:
Sydney lanzando su fractal de hexaedro (cubo) en fase 1, de pie sobre un fractal de hexaedro (cubo) en fase 6.
Para saber más sobre este fractal de poliedro, llamado "Esponja Menger - Sierpinski", http://www.public.asu.edu/~starlite/mengersponge.html.

martes, 2 de septiembre de 2008

Sobre "Escenarios de la fobia clínica"



por Francisca Cifuentes

Quisiera partir enunciando las siguientes preguntas que estuvieron en mi cabeza al leer Escenarios de la fobia clínica, ¿Cuál sería el fantasma del fóbico? ¿Cuál sería la posición del Otro? ¿Los objetos fóbicos deben tener alguna característica particular? ¿Cuál seria el modo mas adecuado para realizar un proceso psicoterapéutico?

Es relevante primero definir como será entendida la fobia y cuál es el rol que el pánico juega en ella. El pánico seria el propulsor de la fobia, ya que “la fobia se instala generalmente después de que, en ciertas circunstancias […] se ha vivido un primer acceso de angustia” (Assoun,1948, p. 35). La fobia, por tanto, estaría encubriendo una angustia, que en el común de los casos tiene que ver con una angustia por lo pulsional, la pulsión pasa a ser algo peligroso. Por ello, la angustia se posiciona con respecto a un objeto, para que ese objeto “tape” la angustia producida por la posible satisfacción de una pulsión. “El objeto que provoca pánico genera la invasión de algo que tendría que haber permanecido oculto y cuya existencia se volvió flagrante” (Assoun, 1948, p. 38).

Asimismo, se produce una desconfianza frente a la propia pulsión, en el que el objeto al presentarse evidencia esta pulsión que genera angustia y que se intenta mantener reprimida, pasando el objeto a representar dicha angustia que lleva al pánico. Se podría afirmar que“el síntoma se constituyó para impedir la explosión de la angustia” (Assoun, 1948, p. 56). El objeto pasa a simbolizar aquello que angustia tanto, simboliza la pulsión que ha sido reprimida.
Por otra parte, a la base a esta represión de dicha pulsión estaría la figura del padre, la cual se escondería bajo el objeto fóbico, lo cual queda evidenciado en las zoofobias, donde la hostilidad que se puede sentir hacia el padre queda fijada en un objeto que llamo la atención del sujeto y que le recuerda la castración. “El padre se reconoce como el heredero del “gran animal”” (Assoun, 1948, p. 62).

De esta manera, el objeto fóbico se vuelve el único objeto que no puedo dejar de mirar, asemejándose en este sentido a una obsesión, ya que el sujeto no puede dejar de pensar en el objeto y de buscarlo para así poder evitarlo y no tener que pasar por el pánico y la angustia que provoca verlo de frente. “El objeto fóbico es el que no puedo mirar discretamente, el que no puedo hacer desaparecer, como la mayoría de los objetos” (Assoun, 1948, p. 42). Por ello, el ojo cobra vital importancia, ya que es a través de éste que la persona ve el objeto, estando fijada la angustia en este órgano.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Sobre "El hombre de las Ratas" y la neurosis obsesiva



por Jesu Gajardo

El psicoanálisis, en parte, se ha destacado por plantearse como una epistemología que se orienta más allá de los signos visibles de la psicopatología. Se intenta aproximar a aquello, con el afán de llegar a sus significados más profundos. De ahí que más que interesarme el cuadro clínico presentado, me quedo con algunos puntos que parecieran ser bastantes relevantes a la hora de abordar un caso de neurosis obsesiva y que influyen en que esa persona nunca pueda aparecer tal cual es, puesto que cuando lo intenta de inmediato debe aplicarse la sanción.

En primer lugar, aparece como central el conflicto entre amor y odio. Algo nos dice Freud al señalar que, por algún elemento perturbador, dicha integración no es posible, de manera que el amor no puede más que “esforzar el odio hacia lo inconsciente”, permaneciendo éste siempre ahí, intensamente.

Por otro lado, se plantea una llamativa relación del obsesivo con la muerte, en tanto, aún no habiendo tenido experiencias cercanas con ella, éste aparece como un tema recurrente en la mayoría de los casos. “Ellos necesitan de la posibilidad de muerte para solucionar los conflictos que dejan sin resolver” (p. 184)

Finalmente, y quizás lo más evidente, la duda obsesiva. Aquella duda que mantiene al sujeto aislado del mundo e imposibilitado para resolver sus conflictos. Si bien surge, aparentemente, como intento por llegar a alguna solución, Freud sostiene que no sería más que un método bastante eficaz para no tener que resolver el conflicto en la realidad objetiva. “Su carácter esencial es su incapacidad para decidirse, sobre todo en asuntos de amor, procuran posponer toda decisión” (p. 184)

Pero, ¿por qué el obsesivo se esmera en mantenerse en incertidumbre y aislarse del mundo externo? Me parece que lo no que soportaría el obsesivo es enfrentarse a su propio deseo, pues eso supondría aceptar que lo que se desea guarda relación con el odio más intenso hacia aquella figura perturbadora que de inmiscuyó en algún momento, imponiéndose como ley que castiga aquello individual que aún no estaría normado. Aquella figura que viene para sancionar el deseo del sujeto, deseo que creo, sería lo más propio y genuino. De ahí que haya quedado algo siempre inconcluso, pero que no puede resolverse pues se trataría de algo inaceptable para la persona. Entonces, permanece en la duda, duda que no lleva a la búsqueda de una respuesta movilizando a la persona y haciendo que ella viva, sino que la mantiene en una dinámica que sostiene al sujeto ante la posibilidad de desarmarse. Es ese el edificio que se construyó para pasar por este rodeo que es la vida. De todos modos, pareciera que el obsesivo evade aquello, de manera de evitarse el riesgo de enfrentarse a eso tan angustiante e imposible de tolerar. Quizás lo que quiere es volver a aquel estado de continuidad, previo al surgimiento de deseo, de ahí su obstinación por el tema de la muerte, su incapacidad para decidir aquello acerca de eso que lo mantendría vivo.

martes, 12 de agosto de 2008

Sobre "El caso Dora"


por Antonia Lamarca:


“En este historial clínico me interesaba poner de relieve el determinismo de los síntomas y el edificio íntimo de la neurosis (…) la pieza más difícil del trabajo técnico no estuvo en juego con la enferma; en efecto el factor de la , de que se habla al final del historial clínico, no fue examinado en el curso del breve tratamiento.” (Freud, 2003, p.12)


“En el curso de la cura psicoanalítica, (…) la neurosis (…) se afirma en la creación de un tipo particular de formaciones de pensamiento, las más de las veces inconcientes, a las que se puede dar el nombre de (…) Son reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a medida que el analista avanza no pueden menos que despertarse y hacerse concientes; pero lo característico (…) es la sustitución de una persona anterior por la persona del médico”. (Freud, 2003, p. 101) Por lo tanto, uno como terapeuta, está absolutamente tomado y movido en aquello que ocurre en la cosa transferencial, ya que en la medida en que esta aparezca, uno debe estar alerta para darse cuenta de su presencia. Es fundamental que en el análisis uno sea capaz de visualizar y analizar la transferencia porque su análisis permitirá ver al sujeto como en cualquier relación se amarra o se ata, liberándose completamente a otro o queriendo poseer al otro.


La literatura sobre Dora en relación a lo anterior aborda una amplia perspectiva.

La transferencia posee dos vertientes que son importantes de diferenciar: aquella que es obstáculo y que interfiere el tratamiento y aquella que es objeto de cura, es decir, que por medio de la transferencia se posibilita la entrada para la dirección de la cura. Freud afirma en el epilogo que la transferencia se hace visible en el análisis y cuando se le detecta es necesario hacerla conciente de manera de ser agente de cura. “la transferencia, destinada a ser el máximo escollo para el psicoanálisis, se convierte en su auxiliar más poderoso cuando se logra colegirla en cada caso y traducírsela al enfermo” (Freud, 2003, p.103)

Ante esto, es que me atengo a una pregunta que se hizo Rubio (2002), ¿Qué es importante en un discurso analizante mientras se esta desplegando? (p. 49)

Durante el análisis, en un primer tiempo, se empieza a dar un espacio por medio de la palabra a conocer el mundo del analizado, de manera que se empieza a conmover el mundo al que el sujeto está habituado, donde el analista puede ir haciendo subrayados, de manera de favorecer el análisis. Se invita al paciente a comunicar sus asociaciones libremente, de tal forma, que es el analista quien se encargará de atender aquellas asociaciones de manera ‘que no es exterior al inconsciente del paciente’. Así, el desarrollo del análisis permite el despliegue de la transferencia. “La transferencia tiene su valor porque permite ver el funcionamiento de un mecanismo inconsciente en la actualidad misma de la sesión. Por eso (…) todo terapeuta que comience, debe interpretar solamente cuando ha empezado la transferencia, porque la emergencia de la transferencia señala que los procesos inconscientes han sido activados” (Miller, 1986, p. 67) y por ende, modifica el concepto de síntoma, según el modo de trabajar con él. El analista, desde el comienzo se coloca en el lugar a donde se dirige el síntoma, es el receptor esencial de éste y por eso, el lugar que le debe a la transferencia le permite operar sobre el síntoma. De esta manera, y ahora respondo la pregunta de Rubio, no es posible anticipar que es lo importante en un discurso analizante mientras se esta desplegando. “Sólo en su discurrir, aparecerá lo que sí hace lazo con lo que ahora importa. No se trata de un tiempo de anticipación, al modo de prever lo que va a suceder, sino de un tiempo hacia atrás, donde cobra valor una vez ocurrido en la repetición. Por lo tanto, va escuchando sin privilegiar, el recorte es a posteriori” (Rubio, 2002, p.49) La intervención del analista por tanto, no es construida desde algo preconcebido, sino que es dado a luz desde el discurso mismo, o como diría Freud ‘del texto mismo’.

Por ello el analista mantiene una pluralidad de intervenciones en la medida que tenemos claro a dónde apuntan. De manera que, cuando el analista tiene más desarrollado y desplegado el análisis, bajo el encuadre transferencial, el analista gana libertad y logra direccionar la cura bajo intervenciones que se sostienen ante la comprensión de la transferencia que se da en el análisis.

En el desarrollo del caso de Dora, el despliegue del discurso no fue trabajado de esa manera y sólo después de que Dora había abandonado el tratamiento, Freud comienza a trabajar la transferencia. Más aún, Freud da la impresión de estar más interesado en lograr la remisión de los síntomas de Dora que en escuchar lo que éstos (o Dora) tienen por decir. De esta forma, toda interpretación que hace Freud… creo, es un interpretar sabiendo, de manera que no es una interpretación. La interpretación no es saber, sino que produce el saber en otro lugar y así como dice Miller la interpretación da lugar cuando inicia la transferencia, y Freud en el caso de Dora trabaja la transferencia y la realiza después de caído el caso, es decir, cuando Dora ya había abandonado el tratamiento.

Bibliografía
Freud, S. (2003). Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora). Vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu
Miller, J. (1986). Recorrido de Lacan: ocho conferencias. Buenos Aires: Manantial
Rubio, J. (2002). ¿Por qué Freud no curó a Dora? Buenos Aires: EDUCA